Feria del Barrio del Pilar

General, Sociedad

Este fin de semana, siete días antes de las fiestas oficiales, ya estaba montada la Feria. ¿Por qué en mayúsculas? Supongo que cada feria es en mayúsculas para la gente del barrio donde se monta; son ya muchos años de esperarla con una ilusión creciente según se acercan los días y decreciente según pasan los años.

¿Qué tiene la Feria que merezca ser comentado aquí si cada año hay menos entusiasmo? Pues que hoy estuve, y me sentí extrañamente feliz de ver el ambiente tan decadente que se respira en un lugar así. Decadente, según la cuarta acepción de la RAE (mira que me gusta hacer esto) es aquello “que gusta de lo pasado de moda estéticamente”.

¿Realmente están pasados de moda ese tipo de cosas? ¿O pertenece a una moda atemporal y cutre? Yo pienso que más bien lo segundo. Me refiero a esa moda de hacer dibujos de imitación que, como diría el monologuista Luis Piedrahita en uno de sus monólogos, “son, pero no son“, a utilizar la música más hortera del momento, a cocinar con el aceite más asqueroso posible y tantas otras cosas que se suelen ver en las ferias.

Pero hay un olor que no suelo percibir en las que son fuera de Madrid, el de las gallinejas. Encontré anteayer un texto donde se puede leer:

Un tropel de gallegos, murcianos, extremeños, andaluces, chinos, marroquíes y los restos de algunos castellanos de segunda y tercera generación en torno a una sartén de aceite negro donde un puñado de castizos naturales hierven gallinejas (tripas de cordero lechal fritas con el propio sebo del animal), es Madrid.

Ningún erasmus debería dejar de contemplar tan grato espectáculo. Sí, las ferias son algo apestoso, anacrónico y atemporal (curioso), pero encantador. Un día cualquiera a las 7.30 de la mañana el Metro está lleno de gente bien vestida, elegante, arreglada: formal. Pero cuando nos vemos invadidos por un espectáculo como éste, al menos a mí se me pone la sonrisa y me siento feliz de ver cómo se desarrolla la acción y cómo lo cutre llena las calles con sus desperdicios, el aire con su olor y las bocas con sus tripas fritas… Un espectáculo así llena al capitalismo de su propia medicina al igual que un gorila gigante blanco el pecho de la niña que lo abraza.